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  • Foto del escritorKiara

Recy Taylor; justicia 70 años después


La justicia no siempre es imparcial ni justa. Sobre todo si hablamos de violaciones, la violencia sexual es el único crimen en el que la primera sospechosa es la víctima. La historia de Recy Taylor es un ejemplo, tardó 70 años en recibir justicia y perdón, 70 años sin que fuera reconocida su violación grupal en 1944 por el mero hecho de ser negra. La violación no es un acto sexual. La violación es una agresión, está relacionada con la voluntad de ganar. Trata de hacerse con el control de un objeto -la mujer se convierte en un objeto-, trata del poder.


La tarde del 3 de septiembre de 1944 Recy Taylor salió de la iglesia y fue acompañada a casa por una amigo y su hijo ya que estaba anocheciendo. Tenía 24 años. De pronto, un coche se acercó a los tres. Llevaba a siete tipos, todos armados, todos blancos. Taylor, en cambio, era negra. Lo que debió de parecerles a los ocupantes del vehículo razón suficiente para amenazarla y obligarla a subir. La llevaron a un bosque cercano, la desnudaron y seis de ellos la violaron. Ella, mientras, lloraba y pedía ir a cuidar a su bebe. Cuando consiguió llegar a casa, le contó todo a su marido. Los agentes supieron enseguida de la violación. Identificaron el coche, y su conductor, Hugo Wilson. Y este acusó a sus seis compañeros. Se saldó con una multa de 250 dólares. De ahí que la comunidad negra local acudiera a la Asociación Nacional por los Avances de la Gente de Color (NAACP). Esta desplegó a la mismísima Rosa Parks, la activista negra que diez años después cambiaría la historia al negarse a ceder el asiento en un autobús a un blanco. Con ella, y una de las mayores movilizaciones de asociaciones y prensa negra hasta la fecha, la denuncia llegó ante una Corte. El 4 de octubre de 1944, un jurado de hombres blancos tardó cinco minutos en decidir que no había caso. Ninguno de los presuntos implicados había sido llamado a declarar; nunca se celebró ningún careo. Un año después, sin embargo, fue aun peor. El gobernador de Alabama se vió obligado a llevar a cabo una investigación por la presión social. Jamás fueron condenados, ya que para dos jurados, exclusivamente integrados por varones blancos, nadie fue responsable del crimen pese a reconocer los hechos ya que aseveraron que era “solo una prostituta” y que se mostró de acuerdo con ellos. Ella habló, y motivó a otras a que lo hicieran. Y las organizaciones surgidas en torno a su caso posiblemente prendieron la mecha del comienzo del movimiento por los derechos civiles. Pero acabó mudándose a Florida ya que era insultada, amenazada y estaba cansada de vivir con miedo. Hace poco se realizó un documental “The Rape of Recy Taylor”, donde, con sus 96 años, relató una vez más aquella violación. Nunca perdió la fe. Nunca se avergonzó. Sabía que lo que le hicieron estaba mal. El documental se cierra con una dedicatoria a “las incontables mujeres cuyas voces no han sido oídas”. Un diputado demócrata de Alabama. Dexter Grimsley convenció, en efecto, a los dirigentes de la comunidad de Abbeville de la necesidad de pedir públicamente perdón a la mujer. Taylor expresó su agrado por las excusas eventuales del estado de Alabama no obstante, agregó que posiblemente los responsables del abuso ya estén fallecidos. Aunque no precisamente del Estado, las excusas llegaron de las autoridades de Abbeville, con casi 70 años de demora.


Ninguna mujer puede quedar sin justicia por ser negra, por ir borracha, por intentar rehacer su vida. La violación es un abuso de poder ante el que nadie puede quedar indiferente. No se justifica, no se pone en duda y no se culpa a la víctima.

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