"No desmontaremos la casa del amo con las herramientas del amo". Con esta frase de Audre Lorde, escritora afroamericana, feminista, lesbiana y activista en por los derechos civiles quiero empezar a contar la historia de Francisca de Pedraza. Una historia que no ha cambiado mucho en los más de 400 años que la distan de la actualidad pero que es una muestra de lucha, valor y tesón.
Francisca, como cualquier mujer de su época, sufrió discriminación y sometimiento por el único motivo de ser mujer, una mujer dentro de un mundo construido por hombres y para hombres cuya salida era el convento o el matrimonio pactado por las familias. En el hogar familiar, paterno, el papel de la mujer era el de servidumbre hacia el padre. Francisca queda huérfana de padre y madre y va a vivir al convento bajo las órdenes de las monjas complutenses.
Llegada la adolescencia, en 1612 contrae matrimonio con Jerónimo de Jaras el cual no tardó en propinar las primeras palizas, vejaciones y violaciones bajo la aprobación de los vecinos que veían estas prácticas habituales ya que el marido debía corrigiera de aquella forma los defectos propios de las mujeres. Fueron estos los que en lugar de apoyar o defender a Francisca, la criticaron, cuando en el año 1614 decidió huir desde su domicilio a aquel convento en donde durante años había encontrado la paz y el sosiego. Rápido fue Jerónimo a buscar a Francisca y prometer que cambiaría.
Lejos de cambiar, la violencia aumentó y con mayor crueldad. Tuvieron 2 hijos fruto de las múltiples violaciones y se dio cuenta de que el infierno estaba también en la tierra. Embarazada de su tercer hijo, Francisca, sufrió una paliza en mitad de la calle haciéndole perder a la criatura por las patadas propinadas en el vientre. Esto ya fue el punto de inflexión y quiso poner fin. Aunque la salida fácil hubiera sido el suicidio (por el valor de la mujer en la época no porque suicidarse sea fácil), ella no podía dejar en manos de un borracho y maltratador a sus hijos que ya habían empezado a sufrir la ira de su padre. Aquí empieza un periplo para Francisca que decide liberarse de las promesas que hizo frente a su marido y frente a Dios el día de su boda.
Acudió a la justicia, primero a la ordinaria, luego a la eclesiástica y, finalmente y de manera inaudita, a la universitaria, lo que le costó 3 años completar. Ante todas ellas, desprovista de su intimidad, de su chaqueta, mostró las múltiples muestras que la crueldad de su marido había dejado en su rostro y cuerpo. Eran las muestras que la mano agresora de un monstruo plasmaba en su cuerpo de mujer. Sabía que era una mujer frente a un mundo, un mundo creado por los hombres, de los hombres y para los hombres, pero ella estaba dispuesta a presentar la batalla. La sentencia no sorprendió, Jerónimo fue condenado a ser bueno, honesto y considerado con la demandante y no le haga semejantes malos tratamientos como se dice que le hace. La verdadera condena fue para Francisca que debía permanecer junto a su marido, un monstruo y un maltratador ya que el párroco de la cervantina Alcalá de Henares le indicaba que a este mundo se venía a sufrir y que semejante decisión la abocaría al fuego eterno. Al llegar a casa recibió una paliza en la cocina que casi le costó la vida.
No encontraba luz en el camino hasta que se decidió a solicitar al nuncio del Papa en tierras de España que llevase su pleito a la jurisdicción universitaria; el único lugar en el que ella consideró que alcanzaría la justicia que llevaba más de cinco años buscando. Por fin, en la corte de justicia de la Universidad de Alcalá, se celebró un sorprendente pleito de divorcio y tenía de su lado a una de las personalidades más ilustres de la Universidad: Álvaro de Ayala, el primer rector graduado en ambos derechos: el canónico y el privado. Tras escuchar a Francisca, ver las marcas y escuchar a los testigos, decidió dictar una sentencia pionera y ejemplar. Francisca de Pedraza obtenía así el divorcio, lo cual le permitía no vivir bajo el mismo techo que Jerónimo de Jaras; su cruel maltratador. Pero eso no fue todo, su marido tenía que devolver la dote que recibió el día de su matrimonio y le prohibía que ni él, ni nadie relacionado con él, pudiera hacerle algún mal ni se acercase nunca más a Francisca. Desde ese mismo instante, ya no tenían nada que ver el uno con el otro. En el año 1624, al fin se le hizo justicia.
Francisca de Pedraza se había enfrentado a un mundo de hombres, creado por hombres y para el deleite de los hombres, a través de un derecho de hombres ... y venció.
En 2016 se creó el "Premio Francisca de Pedraza contra la violencia de género", creado por la Asociación de Mujeres Progresistas de Alcalá de Henares. Las historias no cambian, siguen el mismo patrón de sometimiento pero es importante que no se sientan solas hasta que esta lacra desaparezca. “Calificar a la violencia de género como un 'asunto de mujeres' es parte del problema. Da a una enorme cantidad de hombres la excusa perfecta para no prestar atención”. Jackson Katz , activista estadounidense.
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